"Será porque mi niñez
sigue jugando en el parque....", así empezaba una cuarteta que compuso el
amigo Aguita para el popurrí de los carnavales de hace ya algunos años. Pero
más años hace desde que desapareció a lo que se refería la letrilla de carnaval,
me refiero al parque infantil de la Rambla de Mérida. Era el único parque
infantil que había en Mérida y era punto de encuentro al salir de clase, (porque
en aquellos tiempos había colegio por las mañanas y por las tardes) y sobre
todo en periodo de vacaciones escolares.
Las
dimensiones del parque eran las mismas que el que está actualmente, rodeado de
un vallado para no se salieran los niños, he dicho para que no se salieran....
pero no impedía que a través de él se pudiera entrar. Costaba UNA PESETA el
acceso por el sitio normal, o sea por la puerta, pero no todos los días, más
bien pocos, se disponía de esa fortuna para entrar, por lo que se tenía que
recurrir a otras tácticas menos ortodoxas para acceder al recinto. A veces te
encontrabas cerrada esa entrada poco ortodoxa descubierta días atrás o el
vigilante al acecho para detener cualquier incursión no permitida; pero, no
importaba, se tardaba un “abrir y cerrar de ojos” en buscar o fabricar una
nueva entrada.
La entrada normal, o sea,
la puerta, estaba situada aproximadamente a la mitad del parque en la acera de
la “rambla que baja”, más o menos enfrente de la esquina donde se pone
actualmente un señor a vender frutas, hortalizas o lo que recoge de su huerto.
Al entrar, te encontrabas
con el kiosko del portero, guarda, vigilante o como se le quiera llamar. Y
justo al lado, LA FUENTE, la fuente con
el chorrito permanente y que muy a menudo servía de alivio para el sofocante
calor, porqué ¡antes también hacía calor!, y creo que más que ahora, y además
no teníamos aire acondicionado.
El repertorio de juegos
infantiles de que disponía el parque no es, ni en sueños, como los de ahora: se
reducía a los balancines, el tobogán (que a mí me parecía el tobogán más grande
del mundo) y los columpios.
Había dos categorías de
columpios, los malos y que nadie se quería montar y los buenos, que lo puedo
poner en plural porque había más de uno… sólo dos, donde había que hacer colas interminables
para poderte montar, y además como no iba por tiempo, te podía tocar delante el
pesado de turno que se bajaba justo cuando llegaba la hora de cerrar el parque o
de tenerte que ir para casa.
Como todo buen parque que
se precie no faltaba el estanque con sus
patos, aunque yo los recuerdo vagamente porque en mi época no duraron mucho, y
eso que en aquellos tiempos no se había inventado eso del estrés de los
animales.
Y ¡los servicios
públicos!, este parque tenía servicios, de los que ya no quedan y que antes era
algo normal; ¡quién no recuerda las servicios públicos de la Plaza de Santa
María!
Lo que siempre me
preguntaré es para que servían esas especies de bombillas grandes de cemento
que había en la parte de abajo del parque… para patinar, para jugar a la comba,
para jugar a “a la una la mula”, …. Pues, me lo seguiré preguntado.